Himno (Reliquia 1)

Eran los 2000, una época donde el acceso a la música no era tan inmediato como hoy en día. No existían YouTube, plataformas digitales, ni descargas instantáneas; lo que había era la búsqueda, casi arqueológica, entre estuches llenos de CDs, en esos tesoros ocultos que Juan Carlos guardaba bajo candado en un baúl en su cuarto. Eran sus herramientas de trabajo como editor en el programa institucional de la alcaldía de Medellín, en Teleantioquia, y que yo lograba abrir porque sabía dónde estaban las llaves.

Entre esos estuches, descubrí los clásicos del rock en español que encendían mi rebeldía adolescente, como “Me Vale” de Maná, las baladas norteamericanas que me llevaban a soñar con noches de amor y romance, algo así como “Total Eclipse of the Heart”… y entre efectos de sonido y melodías dispersas para ser usadas en la edición de video, mi gran hallazgo llegó un día cualquiera, cuando encontré a Depeche Mode.

Fue un descubrimiento que marcó mis inclinaciones musicales. Aunque tenía mucho desconocimiento, los sonidos de los sintetizadores y la voz de David Gahan se convirtieron en mi nueva obsesión, así como dejar grabando a medianoche un VHS en las franjas especiales de Film Zone. Recuerdo un día en que Sandra entró al cuarto donde estaba yo sentado frente al computador y me preguntó: “¿Qué hacés escuchando esa música?” A lo que respondí simplemente: “Pues, porque me gusta y ya.” Ella replicó: “Estela dice que esa música era de los gays en los noventas…”

Años después, en 2018, los caminos del amor me llevaron a Núremberg, Alemania. Fue un viaje que no solo reafirmó mi gusto por Depeche Mode, sino que también me permitió experimentar verlos en vivo por primera vez, en medio de una ciudad llena de un fuerte pasado de guerra, pero que para mí solo representaba la consolidación de un sueño, adornado por los movimientos sensuales y decadentes de David Gahan en el escenario que me hipnotizaban.

No fue solo un viaje para escuchar música; fue un viaje que me confirmó quién era y a quién amaba. Esta es la historia de esta canción, una especie de refugio en el que podía perderme, un reflejo de la búsqueda de lo auténtico y un testamento de cómo la música puede tejer los hilos de nuestra historia personal, llevándome desde una habitación que tenía enfrente un altar de María Auxiliadora, que seguro se estremecía al escuchar a todo volumen “Personal Jesus,” hasta las frías calles de Alemania, en busca de esta reliquia de mi Ítaca personal.