El Diablo

En Riosucio, el Diablo no es un símbolo de condena, sino un guía que susurra a los oídos del pueblo la verdad de lo que somos: contradicción, pasión y misterio. Entregar la noche al Putas no es un acto de sumisión, sino en aceptación, es reconocer y abrazar nuestra parte oscura, esa que tanto tememos, pero que también nos define.


En este vaivén perpetuo, en este vals del día y la noche, entre la expansión y la contracción, el Diablo se convierte en un espejo de nuestra dualidad. Es virtud y defecto, luz y sombra, celebración y reflexión. En esta noche, las máscaras se vuelven rostros, y los rostros, al revelarse, descubren que siempre fueron máscaras.
La chicha y el guarapo corren como ríos sino que liberan. La embriaguez no es un exceso, sino una herramienta para trascender las cadenas de la moralidad impuesta. Aquí, lo popular se vuelve resistencia, un acto de reivindicación y de autenticidad.


Este Diablo no es una figura religiosa ni el mal absoluto. Es el símbolo de lo que más tememos y lo que más nos define: la ambigüedad de nuestra existencia, la contradicción inherente a ser lo que somos. Es un Diablo subversivo, que desafía las normas de las sociedades antioqueñas, tan profundamente conservadoras como llenas de deseos reprimidos. Es el símbolo de una autenticidad descarnada, que mira sin tapujos las grietas de nuestra moralidad.


Al fondo, el Ingrumá se alza, tanto bello como duro, esa metáfora de la vida.


El enfrentamiento con lo oscuro, entonces, no es un acto de negación ni de derrota, sino de reconciliación. Es un momento para abrazar la dualidad que habita en cada uno de nosotros. Porque, en el Carnaval del Diablo, el pueblo recuerda que vivir no es elegir entre la luz y la sombra, sino aprender a bailar en el punto donde ambas se encuentran.

Riosucio/Caldas – 4 de Enero de 2025